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La historia de la ópera está llena de hallazgos expresivos que fueron enriqueciendo un arte total al que ninguna emoción humana le era ajena. De los motivos mitológicos a las aventuras caballerescas, de la Historia con mayúscula a la mínima contemporaneidad, todo tiene cabida en un género con muchas tablas y más de cuatro siglos a sus espaldas. A lo largo de ese tiempo, se han combinado pasiones trágicas y tragicómicas peripecias, melodramas enfáticos y ligeros enredos sentimentales. En esa lista de afectos y tonos ocupa un lugar notable la ópera inspirada en relatos mágicos, fábulas, leyendas, apólogos orientales y narraciones infantiles; la ópera de los cuentos. La cenicienta, Hansel y Gretel, El gato con botas… Ninguna historia, por pequeña que parezca, desinteresó a los más grandes compositores de cada época. De Grétry a Rossini, de Rameau a Humperdinck, de Offenbach a Montsalvatge, de Puccini a Stravinsky. Cuando no tenemos una historia que contar, siempre podemos contar con la vida que tenemos, dice el manual de todo buen escritor; pero nunca nos faltarán historias que escuchar en las que nos leemos a nosotros mismos. Son los cuentos de siempre, los que tradición oral llevó de generación en generación y que no se desgastan en sus constantes variaciones. El secreto del éxito de los cuentos no está en que alejen a los niños de un mundo sórdido y amenazante, sino que nos hacen a todos comprensible esa inquietante realidad. Como decía Chesterton, los cuentos de hadas no son mágicos porque en ellos haya dragones, sino porque nos demuestran que pueden ser vencidos. Acerquémonos, pues, a un mundo de sorpresas y amenazas con final feliz que cuentan y cantan la aventura de la vida con el asombro de los descubrimientos infantiles.

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JAVIER GARCIA-ALMUZARA