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El melodrama musical, surgido hace más de cuatro siglos, sigue nutriendo las temporadas de ópera con programas dictados por el repertorio clásico (con Mozart muy al frente) y, sobre todo, romántico. Desde hace algún tiempo, el revival de la ópera seria barroca, con sus novedades del pasado, nos recuerda que el olvido (al menos en el arte) es una negligencia temporal. Los primeros veinticinco años del siglo XX parecen la última frontera de la modernidad en las tablas de hoy. Pronto hará un siglo de esa presunta contemporaneidad. Por supuesto que se han seguido escribiendo y componiendo óperas, pero raras son las que pasan del estreno a la interpretación ocasional, y menos aún al repertorio consolidado. La principal razón es el bien ganado recelo de los auditorios actuales a la música que rompió con todas las convenciones armónicas que buscaban una repercusión emocional. Música y público se dieron la espalda cuando los creadores de la primera vanguardia, en connivencia con la crítica teórica y especulativa, cortaron el cordón umbilical de la melodía que conectaba el arte de los sonidos con quien le daba sentido. Las principales damnificadas en esa ruptura de comunicación fueron las creaciones que desde una honesta modernidad, sin renunciar al lenguaje que puede entender el público educado de hoy, se hacen eco de nuestro tiempo y enriquecen su discurso sonoro haciendo resonar las voces en que se educó su propio estilo. Recorreremos el catálogo más variado y accesible de los últimos cien años, tras la muerte de Puccini: el drama simbolista; la revisión expresionista de la tragedia griega; el neoclasicismo crítico; el más arrebatado melodrama folclórico, a un paso (que no se da) de la música atonal; la ópera jazz y la que incorpora la ligereza y espectacularidad del musical; el melodrama minimalista... Desde Kurt Weill hasta Jorge Muñiz, de Francis Poulenc a Kaija Saariaho, pasando por las obras capitales de Strauss y Stravinsky, o de Britten y Bernstein. Las mejores óperas de hoy y el ayer más cercano nos llaman a restablecer el vínculo esencial entre el arte y la vida, entre los creadores y la sociedad a la que sirven y dignifican.

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SALVADOR JAVIER GARCIA