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Borges y el hilo del laberinto CÓD. ~ 127 Hay autores cuya aportación es singular en la historia de la literatura. Otros parecen sintetizarla con una voz inconfundible donde resuenan todas. Borges no es un autor sino una biblioteca. Siempre se jactó de las páginas leídas, no de las escritas. Festejaremos a la literatura universal leyendo las páginas que Borges escribió homenajeándola. Con la excepción de la novela, no hay género que no cultivase como nadie. Su dicción precisa y barroca le cumplía a la música del verso, pero tardó en aceptarlo. En los años cincuenta quería que le juzgaran por los cuentos fantásticos con los que acababa de asombrar al mundo. Su progresiva ceguera fue el catalizador de una inversión de preferencias a finales de los setenta. La penumbra solitaria era más propicia al memorioso y paciente cincelado del verso. La poesía conjuraba ese afantasmado destino acercando lo lejano y viendo lejanías en lo inmediato. De viva voz y por escrito, en verso y prosa, en el ensayo y la divulgación, nadie supo transmitir como él la pasión por un mundo verbal hecho a la inteligencia y sensibilidad de un observador al que la ceguera no le impidió hacernos ver, en su dicción precisa y sugerente, un mundo culto y siempre recién creado. Tigres, genealogías, laberintos, espadas, mapas, espejos, perplejidades metafísicas y mitologías del arrabal son algunas de las recurrencias de un universo literario que no dejó de crecer, que no deja de hacernos crecer.

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JAVIER GARCIA-ALMUZARA